PERO CUANDO LLEGO LA 858 NOCHE

Ella dijo:

"El jefe detuvo los caballos. y después de saludar, a Alí Babá, le dijo: "¡Oh mi dueño! Tu esclavo es mercader de aceite y no sabe dónde ir a pasar la noche en una ciudad en la que no conoce a nadie, y espera de tu generosidad que le concedas hospitalidad hasta mañana, a él y a sus bestias, en el patio, de tu casa." Al oír esta petición, el corazón de Alí Babá se ablandó acordándose de los tiempos en que fue pobre y, lejos de reconocer al jefe de los ladrones, al que había visto y oído en el bosque, se levantó en su honor y dijo: "¡Oh mercader de aceite! ¡Hermano mío, que mi morada te sirva de descanso y que en ella puedas encontrar ayuda y familia! ¡Sé bien venido!"; mientras hablaba le cogió de la mano y junto con los caballos, le condujo hasta el patio, y llamando a Morgana y a otro esclavo, les ordeno que ayudasen al huésped de Alah a descargar las vasijas y dar de comer a los animales. Cuando las vasijas estuvieron colocadas en buen orden en un extremo del patio y los caballos atados junto al muro y colgando del cuello de cada uno un saco lleno de avena, Alí Babá, siempre tan afable, tomó a su huésped de la mano y le condujo al interior de la casa, donde le hizo sentar en el sitio de honor para tomar la comida de la tarde. Después que hubieron comído, bebido y dado las gracias a Alah por sus favores; Alí Babá, no queriendo incomodar a su huésped, se retiró diciendo: "¡Oh mi dueño! ¡Mi casa es tu casa y lo que hay en ella, te pertenece!" Pero el mercader de aceite le llamó y le dijo: "¡Por Alah, oh mi huésped! Muéstrame el sitio de tu honorable casa en el que pueda dar descanso a mis intestinos"; Alí Babá le condujo al lugar indicado, que estaba situado en un ángulo de la casa, cerca de donde estaban las tinajas, y se apresuró a retirarse a fin de no perturbar las funciones digestivas del mercader de aceite.

Y, en efecto, el jefe de los bandidos no dejó de hacer lo que tenía que hacer; cuando terminó se aproximó a las tinajas, e inclinándose sobre cada una de ellas, dijo en voz baja: "Cuando oigas que unas piedrecitas golpean tu tinaja, no olvides salir y acudir junto a mí" y habiendo ordenado a su gente lo que debía hacer, penetró en la casa. Morgana, que le esperaba a la puerta de la cocina con una lámpara de aceite en la mano, le condujo a la habitación que le había preparado y se retiró. El bandido, por estar mejor dispuesto para la ejecución de su proyecto, se tendió sobre el lecho en el que pensaba dormir hasta la media noche, y no tardó en roncar estrépitosamente. Y entonces pasó lo que debía pasar.

En efecto, mientras Morgana estaba en su cocina, fregando los platos y cacerolas, la lámpara falta de aceite, se apagó. Precisamente la provisión de aceite de la casa se había acabado y Morgana, que había olvidado proveerse durante el día, se contrarió mucho y llamó a Abdalá, el nuevo esclavo de Alí Babá, a quien hizo partícipe de su contrariedad; éste comenzó a reír y dijo: "¡Por Alah, oh Morgana! Hermana mía, ¿cómo puedes decirme que no tenemos aceite en la casa cuando en este momento hay en el patio, apoyadas contra el muro, treinta y ocho tinajas llenas de aceite de oliva y que; a juzgar por el olor, debe ser de excelente calidad? ¡Hermana mía!, no veo en ti la diligencia, entendimiento y recursos de Morgana;" Después añadió: "¡Hermana mía, me vuelvo a dormir para poder levantarme con la aurora a fin de acompañar al baño a nuestro amo Alí Babá!", y se fue a dormir no lejos de donde el mercader de aceite resoplaba como un fuelle.

Morgana algo confundida por las palabras de Abdalá, tomó la vasija del aceite y fue al patio a llenarla en una de las tinajas. Se aproximó a la primera de ellas, la destapó y metió la vasija en la abertura, pero el cacharro, en lugar de sumergirse en aceite, chocó violentamente contra algo residente; aquella cosa se movió y se oyó una voz que decía: "¡Por Alah! ¡El guijarro que ha lanzado el jefe debe ser del tamaño de una roca, por lo menos! ¡Éste es el momento!" y sacando la cabeza, se aprestó a salir de la tinaja. Morgana al encontrar a un ser viviente en aquella tinaja en lugar del aceite que esperaba, pensó que había llegado la hora de su destino, y, muy sorprendida en un principio, no pudo dejar de pensar: ,"¡Soy muerta y todos los habitantes de la casa "perecerán sin remedio!; pero la violencia de su emoción le devolvió todo su coraje y en vez de comenzar a gritar aterrada, se inclinó sobre la boca de la tinaja y dijo: "¡No, mozo, no! Tu amo duerme todavia. Espera que se despierte."

Morgana era muy sagaz y lo había adivinado todo, pero para comprobar la gravedad de la situación quiso inspeccionar las demás tinajas. Aunque la tentativa no dejaba de ser peligrosa, se aproximó a cada, una, y, tanteando la cabeza que asomaba tan pronto como la destapaba, decía: "¡Paciencia y .hasta luego!"; de esta manera contó hasta treinta y siete cabezas barbudas y vio que la tinaja númetro treinta y ocho era la única que estaba llena de aceite. Entonces, tomó la vasija y, con calma, fue a encender su lámpara para poder poner en ejecución el proyecto que su ingenio le había sugerido para sortear el peligro inminente.

De vuelta al patio, encendió fuego bajo la caldera que servia para la colada, y, sirviéndose de la vasija, la llenó de aceite; como el fuego estaba fuerte, el líquido no tardó en hervir. Entonces, llenó un gran cubo con aquel aceite hirviendo, aproximandose a una tinaja, la destapó, vertiendo de golpe el liquido abrasador sobre la cabeza que intentaba salir, y al momento, el bandido murió abrasado. Morgana, con mano segura, hizo correr la misma suerte a todos los que estaban encerrados en las tinajas y todos murieron abrasados, pues ningún hombre, aunque estuviese encerrado en una tinaja de siete paredes podría escapar al destino atado a su cuello. Una ves que realizó su designio, Morgana apagó el fuego, y, cubriendo las bocas de las tinajas con la fibra de palmera, regresó a la cocina, apagó la linterna, y quedó a oscuras, resuelta a esperar el desenlace del asunto, que no se hizo esperar mucho tiempo.

En efecto, hacia la medianoche, el mercader de aceite se despertó y asomó la cabeza por la ventana que daba al patio, y no viendo ni oyendo nada, pensó que todos los de la casa debían estar durmiendo. Tal como había dicho a sus hombres, arrojó sobre las tinajas unos guijarros- que con él llevaba; como tenía el ojo seguro y la mano hábil acertó todos los blancos y esperó, no dudando de que vería surgir a sus hombres blandiendo las armas, mas nada sucedió. Pensando que se habían dormido, les arrojó mas guijarros, pero no apareció cabeza alguna. El jefe de los bandidos se irritó mucho con sus hombres, a los que creía dormidos, y se dirigió hacia ellos, pensando: "¡Hijos de perrol ¡No valen para nada!", pero al acercarse a las tinajas hubo de retroceder, tan espantoso era el olor a aceite quemado y a carne abrasada que exhalaban. Se aproximó de nuevo y tocando las paredes de una de ellas sintió que estaban tan calientes como las paredes de un horno y levantando las tapas vio a sus hombres, uno tras otro, humeantes y sin vida.

A la vista de este espectáculo, el jefe de los ladrones comprendió de qué manera tan atroz habían perecido sus hombres, y, dando un salto prodigioso, alcanzó la cima del muro, se descolgó a la calle, y dando sus piernas al viento se perdió en la oscuridad de la noche.

En este momento, Schahrazada vio que amanecía y, discreta, se calló.