PERO CUANDO LLEGÓ LA 762 NOCHE

Ella dijo:

....Y fue para ellos una jornada espléndida que no tuvo igual en los tiempos de Iskandar y. de Soleimán.

Y cuando llegó la noche levantaron los manteles e hizo al punto su entrada en la sala de la cúpula un grupo de danzarinas. Y estaba compuesto de cuatrocientas jóvenes, hijas de efrits, vestidas como flores y ligeras como pájaros. Y al son de una música, aérea se pusieron a bailar varias clases de motivos y con pasos de danza como no pueden versa más que en las regiones del paraíso. Y entonces fue cuando Aladino se levantó y cogiendo de la mano a su esposa se encaminó con ella a la cámara nupcial con paso cadencioso. Y les sigueron ordenadamente las esclavas jóvenes, procedidas, por la madre de Aladino. Y desnudaron a Badrú'l-Budur; y no le pusieron sobre el cuerpo más que lo estrictamente necesario para la noche. Y así era ella comparable a un narciso que saliera de su cáliz. Y tras de desearles delicias y alegría, les dejaron solos en la cámara nupcial. Y por fin pudo Aladino, en el límite de la dicha, unirse a la princesa Badrú'l-Budur, hija del rey. Y su noche, como su día, no tuvo par en los tiempos de Iskandar y de Soleimán.

Al día siguiente, después de toda una noche de delicias, Aladino salió de los brazos de su esposa Badrú'lBudur para hacer que al punto le pusieran un traje mas magnífico todavía que el de la víspera, y disponerse a ir a ver al sultán. Y mandó que le llevaran un soberbio caballo de las caballerizas pobladas por el efrit de la lámpara, y lo montó y se encaminó al palacio del padre de su esposa en medio de una escolta de honor. Y el sultán le recibió con muestras del más vivo regocijo, y le besó y le pidió con mucho interés noticias suyas y noticias de Badrú'l-Budur. Y Aladino le dio la respuesta conveniente acerca del particular, y le dijo: "¡Vengo sin tardanza ¡oh rey del tiempo! para invitarte a que vayas hoy a iluminar mi morada con tu presencia y a compartir con nosotros la primera comida que celebramos después de las bodas! ¡Y te ruego que, para visitar el palacio de tu hija, te hagas acompañar del gran visir y los emires!" Y el sultán, pasa demostrarle su estimación y su afecto, no puso ninguna dificultad al aceptar la invitación, se levantó en aquella hora y en aquel instante, y seguido de su gran visir y de sus emires salió con Aladino.

Y he aquí que, a medida que el sultán se aproximaba al palacio de su hija, su admiración erecta considerablemente y sus exclamaciones se hacían más vivas, más acentuadas y más altisonantes. Y eso que aún estaba fuera del palacio. ¡Pero cómo se maravilló cuando estuvo dentro! ¡No veía por doquiera más que esplendores, suntuosidades, riquezas, buen gusto, armonía y magnificencia! Y lo que acabó de deslumbrarle fue la sala de la cúpula de cristal, cuya arquitectura aérea y cuya ornamentación no podía dejar de admirar. Y quiso contar el numero de ventanas enriquecidas con pedrerías, y vio que, en efecto, ascendían al número de noventa y nueve, ni una más ni una menos. Y se asombró enormemente. Pero asimismo notó que la ventana que hacía el número noventa y nueve no estaba concluida y carecía de todo adorno; y se encaró con Aladino y le dijo, muy sorprendido: "¡Oh hijo mío Aladino! ¡he aquí, ciertamente, el palacio más maravilloso que existió jamás sobre la faz de la tierra! ¡Y estoy lleno de admiración por cuanto veo! Pero, ¿puedes decirme qué motivo te ha impedido acabar la labor de esa ventana que con su imperfección afea la hermosura de sus hermanas?" Y Aladino sonrió y contestó: "¡Oh rey del tiempo! te ruego que no creas fue por olvido o por economía o por simple- negligencia por lo que dejé esa ventana en el estado imperfecto en que la ves, porque la he querido así a sabiendas. Y el motivo consiste en dejar a tu alteza el cuidado de hacer acabar esa labor para sellar de tal suerte en la piedra de este palacio tu nombre glorioso y el recuerdo de tu reinado. ¡Por eso te suplico que consagres con tu consentimiento la construcción de esta morada que, por muy confortable que sea, resulta indigna de los méritos de mi esposa, tu hija!" Y extremadamente halagado por aquella delicada atención de Aladino, el rey le dio las gracias y quiso que al instante se comenzara aquel trabajo. Y a este efecto dio orden a sus guardias para que hicieran ir al palacio, sin demora, a los joyeros más hábiles y mejor surtidos de pedrerías, para acabar las incrustaciones de la ventana. Y mientras llegaban fue a ver a su hija y a pedirla noticias de su primera noche de bodas. Y sólo por la sonrisa con que le recibió ella y por su aire, satisfecho comprendió que sería superfluo insistir. Y besó a Aladino, felicitándole mucho, y fue con él a la sala en que ya estaba preparada la comida con todo el esplendor conveniente. Y comió de todo, y le parecieron los manjares los más excelentes que había probado nunca, y el servicio muy superior al de su palacio, y la plata y los accesorios admirables en absoluto.

Entre tanto llegaran los joyeros y orfebres a quienes habían ido a buscar los guardias por toda la capital; y se pasó recado al rey, que en seguida subió a la cúpula de las noventa y nueve ventanas. Y enseñó a los orfebres la ventana sin terminar, diciéndoles: "¡Es preciso que en el plazo más breve posible acabéis la labor que necesita esta ventana en cuanto a inscrustaciones de perlas y pedrerías de todos colores!" Y los orfebres y joyeros contestaron con el oído y la obediencia, y se pusieron a examinar con mucha minuciosidad la labor y las incrustaciones de las demás ventanas, mirándose unos a otros con ojos muy dilatados de asombro. Y después de ponerse de acuerdo entre ellos, volvieron junto al sultán, y tras de las prosternaciones, le dijeron: "¡Oh rey del tiempo! ¡no obstante todo nuestro repuesto de piedras preciosas, no tenemos en nuestras tiendas con qué adornar la centésima parte de esta ventana!" Y dijo el rey; "¡Yo os proporcionare lo que os haga falta!" Y mandó llevar las frutas de piedras preciosas que. Aladino le había dado como presente, y les dijo: "¡Emplead lo necesario y devolvedme lo que sobre!" Y los joyeros tomaron sus medidas e hicieron sus cálculos, repitiéndolos varias veces, y contestaron: "¡Oh rey del tiempo! ¡con todo lo que nos das y con todo lo que poseemos no habrá bastante para adornar la décima parte de la ventana!" Y el rey se encaró con sus guardias, y les dijo: "¡Invadid las casas de mis visires, grandes y pequeños, de mis emires y de todas las personas ricas de mi reino, y haced que os entreguen de grado o por fuerza todas las piedras preciosas que posean!" Y los guardias se apresuraron a ejecutar la orden.

En espera de que regresasen, Aladino, que veía que el rey empezaba a estar inquieto por el resultado de la empresa y que interiormente se regocijaba en extremo de la cosa, quiso distraerle con un concierto. E hizo una seña a uno de los jóvenes efrits esclavos suyos, el cual hizo entrar al punto un grupo de cantarinas, tan hermosas, que cada una de ellas podía decir a la luna: "¡Levántate para que me siente en tu sitio!", y dotadas de una voz encantadora que podía decir al ruiseñor ¡Cállate para escuchar cómo canto!" Y en efecto, consiguieron con la armonía que el rey tuviese un poco de paciencia.

Pero en cuanto llegaron los guardias el sultán entregó en seguida a joyeros y orfebres las pedrerías procedentes del despojo de las consabidas personas ricas, y es dijo: "Y bien, ¿qué tenéis que decir ahora?" Ellos contestaron: "¡Por Alah, ¡oh señor, nuestro! que aun nos falta mucho! ¡Y necesitaremos ocho veces más materiales que los que poseemos al presente! ¡Además, para hacer bien este trabajo, precisamos por lo menos un plazo de tres meses, poniendo manos a la obra de día y de noche!"

Al oír estas palabras, el rey llegó al límite el desaliento y de la perplejidad, y sintió alargársele la nariz hasta los pies de lo que le avergonzaba su impotencia en circunstancias tan penosas para su amor propio. Entonces Aladino, sin querer ya prolongar más la prueba a la que le hubo de someter, y dándose, por satisfecho, se encaró con los orfebres y joyeras, y les dijo: "¡Recoged lo que os pertenece y salid!" Y dijo a los guardias: "¡Devolved las pedrerías a sus dueños!" Y dijo al rey. "¡Oh rey del tiempo! ¡no sería bien que admitiera de ti yo lo que te di una vez! ¡Te ruego, pues, veas con agrado que te restituya yo estas frutas de pedrerías y te reemplace en lo que falta hacer para llevar a cabo la ornamentación de esa ventana! ¡Solamente te suplico que me esperes en el aposento de mi esposa Badrú'l-Budur, porque no puedo trabajar ni dar ninguna orden cuando sé que me están mirando!" Y el rey se retiró con su hija Badrú'l-Budur para no importunar a Aladino.

Entonces Aladino sacó del fondo de un armario de nácar la lámpara mágica; que había tenido mucho cuidado de no olvidan en la mudanza de la antigua casa al palacio, y la frotó como tenía por costumbre hacerlo. Y al instante apareció el efrit y se inclinó ante Aladino esperando sus órdenes. Y Aladino le dijo: "¡Oh efrit de la lámpara! ¡te he hecho venir para que hagas, de todo punto semejante a sus hermanas, la ventana número noventa y nueve!" Y apenas había él formulado está petición cuando desapareció el efrit. Y oyó Aladino como una infinidad de martillazos- y chirridos de limas en la ventana consabida; y en menos tiempo del que el sediento necesita para beberse un vaso de agua fresca, vio aparecer y quedar rematada la milagrosa ornamentación de pedrerías de la ventana. Y no pudo encontrar la diferencia con las otras. Y fue en busca del sultán y le rogó que le acompañara a la sala de la cúpula.

Cuando el sultán llegó frente a la ventana, que había visto tan imperfecta unos instantes antes, creyó que se había equivocado de sitio, sin poder diferenciarla de las otras. Pero cuando después de dar la vuelta varias veces a la cúpula, comprobó que en tan poco tiempo se había hecho aquel trabajo, para cuya terminación exigían tres meses enteros todos los joyeros y orfebres reunidos, llegó al límite de la maravilla, y besó a Aladino entre ambos ojos, y le dijo: ¡Ah! ¡hijo mío Aladino, conforme te conozco más, me pareces más admirable!" Y envió a buscar al gran visir, y le mostró con el dedo la maravilla que le entusiasmaba, y le dijo con acento irónico: "Y bien, visir, ¿qué te parece`?" Y el visir, que no se olvidaba de su antiguo rencor, se convenció cada vez más, al ver la cosa, de que Aladino era un hechicero, un herético y un filósofo alquimista. Pero se guardó mucho de dejar translucir sus pensamientos al sultán, a quien sabía muy adicto a su nuevo yerno, y sin entrar en conversación con él le dejó con su maravilla y se limitó a contestar: "¡Alah es el más grande!"

Y he aquí que, desde aquel día, el sultán no dejó de ir a pasar, después del diván; algunas horas cada tarde en compañía de su yerno Aladino y de su hija Badrú'l-Budur, para contemplar las maravillas del palacio, en donde siempre encontraba cosas nuevas más admirables que las antiguas, y que le maravillaban y le transportaban.

En cuanto a Aladino, lejos de envanecerse con lo agradable de su nueva vida, tuvo cuidado de consagrarse, durante las horas que no pasaba con su esposa Badrú't-Budur, a hacer el bien a su alrededor y a informarse de las gentes pobres para socorrerlas. Porque no olvidaba su antigua condición y la miseria en que había vivido con su madre en los años de su niñez. Y además, siempre que salía a caballo se hacía escoltar por algunos esclavos que, siguiendo órdenes suyas, no dejaban de tirar en todo el recorrido puñados de dinares de oro a la muchedumbre que acudía a su paso. Y a diario, después de la comida de mediodía y de ta noche, hacía repartir entre los pobres las sobras de su mesa, que bastarían para alimentar a más de cinco mil personas. Así es que su conducta tan generosa y su bondad y su modestia le granjearon el afecto de todo el pueblo y le atrajeron las bendiciones de todos los habitantes. Y no había ni uno que no jurase por su nombre y por su vida. Pero lo que acabó de conquistarle los corazones y cimentar su fama fue cierta gran victoria que logro sobre unas tribus rebeladas contra el sultán, y donde había dado prueba de un valor maravilloso y de cualidades guerreras que superaban á las hazañas de los héroes más famosos. Y Badrú'l-Budur le amó cada vez mas, y cada vez felicitóse mas de su feliz destino que le había dado por esposo al único hombre que se la merecía verdaderamente. Y de tal suerte vivió Aladino varios años de dicha perfecta entre su esposa y su madre, rodeado del afecto y la abnegación de grandes y pequeños, y más querido y más respetado que el mismo sultán, quien, por cierto continuaba teniéndole en alta estima y sintiendo por él una admiración ilimitada. ¡Y he aquí lo referente a Aladino!

¡He aquí ahora lo que se refiere al mago maghrebín a quien encontramos al principio de todos estos acontecimientos y que, sin querer, fue causa de la fortuna de Aladino!

Cuando abandonó a Aladino en el subterráneo, para dejarle morir de sed y de hambre, se volvió a su país al fondo del Maghreb lejano. Y se pasaba el tiempo entristeciéndose con el mal resultado de su expedición y lamentando las penas y fatigas que había soportado tan vanamente para conquistar la lámpara mágica. Y pensaba en la fatalidad que le había quitado de los labios el bocado que tanto trabajo le costó confeccionar. Y no transcurría día sin que el recuerdo lleno de amargura de aquellas cosas asaltase su memoria y le hiciese maldecir a Aladino y el momento en que se encontró con Aladino. Y un día que estaba más lleno de rencor que de ordinario acabó por sentir curiosidad por los detalles de la muerte de Aladino. Y a este efecto, como estaba muy versado en la geomancia, cogió su mesa de arena adivinatoria, que hubo de sacar del fondo de un, armario, sentóse sobre una estera cuadrada en medio de un círculo trazado con rojo, alisó la arena, arregló los granos machos y los granos hembras, las madres y las hijos, murmuró las fórmulas geomanticas, y dijo: "Está bien, ¡oh arena! veamos. ¿Qué ha sido de la lámpara mágica? ¿Y cómo murió ese miserable, que se llamaba Aladino?" Y pronunciando estas palabras agitó la arena con arreglo al rito. Y he aquí que nacieron las figuras y se formó el horóscopo. Y el maghrebín, en el límite de la estupefacción, después de un examen detallado de las figuras del horóscopo, descubrió sin ningún género de duda que Aladino no estaba muerto, sino muy vivo, que era dueño de la lámpara mágica, y que vivía con esplendor, riquezas y honores, casado con la princesa Badrú'l-Budur, hija del rey de la China, a. la cual amaba y la cual le amaba, y por último, que no se le conocía en todo el imperio de la China e incluso en las fronteras del mundo más que con el nombre del emir Aladino.

Cuando el mago se enteró de tal suerte, por medio de las operaciones de su geomancia y de su descreimiento, de aquellas cosas que estaba tan lejos de esperarse, espumajeó de rabia y escupió al aire y al suelo, diciendo: "Escupo en tu cara. Piso tu cabeza, ¡oh Aladino! ¡oh pájaro de horca! ¡oh rostro de pez y de brea!..

En éste, momento de su narración, Schahrazaa vio aparecerla mañana, y se calló discretamente.